LA INDELEBLE VOCACIÓN DE JUAN PASQUAU

A tan solo dos días del homenaje que la Cofradía de Jesús Nazareno ofrecerá a D. Juan Pasquau Guerrero. seguimos con los artículos que nos acercan aún más a su persona, en este caso de la mano de Antonio del Castillo Vico.

«La calle Corredera de San Fernando supone para mí la eterna y cristalina fuente inagotable de recuerdos, remembranzas y nostalgias de mi ya dilatada vida. Rozando el final de la citada calle, nací en la tarde de un primero de agosto, domingo caluroso, cuando el sol se ensañaba con las piedras venerables de nuestros regios monumentos proporcionándoles el brillo más dorado y el empaque más altivo y señorial. Allí viví los años más felices de mi existencia, al amparo de mis amados padres y rodeado de mis tres hermanos, así como de numerosos amigos con los que me divertía en juegos heterogéneos y multicolores.

La Corredera, por la mañana, era la calle más alegre y bulliciosa de la ciudad. Las gentes subían y bajaban sin cesar del y al Mercado de Abastos (entonces era ahí donde se compraba diariamente).  Mi madre cruzaba la calle con un gran cesto de mimbre (no existían los actuales «carritos» de la compra) y se lo traía a casa completamente lleno de toda clase de productos alimenticios, por tan sólo cien pesetas. Aparte del deambular de los viandantes, existían numerosos puestos de venta en las aceras, los almacenes de frutas y hortalizas y el típico «charlatán» vendiendo mantas hasta desgañitarse.  Aquello era todo un espectáculo. Yo me asomaba al balcón y podía pasarme toda la mañana sin aburrirme lo más mínimo. Con los prismáticos que poseía mi querido padre podía divisar el enorme «cartelón», colgado en la pared frontal del Mercado, donde se anunciaban las películas que se proyectaban en ese día.  He de confesar que toda mi vida he sido un consumado cinéfilo, así como un apasionado del arte de Talía. En casa disponíamos de grandes habitaciones, en la parte superior, así como de una azotea, donde nos lo pasábamos en grande, jugando al fútbol, al pin pon, representando obras teatrales y números circenses (con publico incluido) y llevando un trono entre vacíos bidones de aceite que hacían las veces de broncos y metálicos tambores.

Ya por la tarde la Corredera cambiaba totalmente su fisonomía. Se transmutaba en calle desierta y melancólica que, no cabe duda, también encerraba un delicado encanto.

En aquellos años infantiles la ilusión más desbordante que experimentaba era nuestra ancestral e inveterada Semana Santa.

Desde los balcones de mi mansión me apostaba, sin perder detalle, para presenciar los majestuosos desfiles procesionales. Desde aquel lugar privilegiado podía recrearme con la subida del «Santo Borriquillo», «Santa Cena», «Humildad», «Jesús Nazareno» y «Caída». Desde el guión de la «Expiración» era yo el que miraba a mi madre y hermanos, ya que, desde muy pequeño, me vestía de penitente junto a mi buen padre, arropando a aquel negro trono de madera con los cuatro cirios en sus extremos por la Corredera abajo. Después contemplaba bajar a las «Angustias» con un guión precioso e interminable. Otra procesión que me producía un respeto imponente era la «Columna» camino a Santa María, en la tarde del Jueves Santo. Tras la Procesión General todas las cofradías citadas, excepto el «Borriquillo» y la «Columna», por razones obvias, bajaban por la Corredera, así como el «Santo Entierro y Santo Sepulcro» y la «Soledad» para proceder a su despedida al inicio de la Cruz de Hierro. El domingo de Resurrección también pasaba el «Resucitado».  Así es que me sentía un niño verdaderamente afortunado, pues todas las procesiones desfilaban por la Corredera, siendo la «Oración en el Huerto» la única que no lo hacía, deleitándome con ella desde otro balcón, de un tío mío, en la calle Real.

De las muchas personas que llamaban a mi casa, me causaba grata sorpresa la presencia de un hombre de pequeña estatura, con gafas y voz algo «ronquilla» que era Sochantre de la Sacra Capilla del Salvador, se llamaba Antonio Dueñas, conocido popularmente como «Batallón». La primera vez que le abrí la puerta me dijo: «Hola salao, ¿tú eres hijo de Antonio del Castillo Vegara?». Ante mi respuesta afirmativa, prosiguió: «Mira, esta revista es para que se la entregues a tu padre. Ten mucho cuidado con ella, no la vayas a estropear. Bueno, nene, quédate con Dios». Esta escena se fue repitiendo repetidas veces. En el portal de mi casa y con la curiosidad propia de mis pocos años examinaba aquella revista, agradándome sobremanera aquel papel blanco satinado de su portada, el dibujo de la ménsula y el escudo de la ciudad, el nombre de la revista, en tinta roja y con uve, VBEDA, ¿por qué con uve preguntaba para mis adentros?, debajo «REVISTA MENSUAL ILUSTRADA», en el centro una fotografía o un dibujo y en la parte inferior la fecha y el correlativo número del ejemplar.  Tras dicha portada me encontraba siempre con el SUMARIO y encabezando el mismo el nombre de su Director:  JUAN PASQUAU.

Ya empecé a familiarizarme con el referido nombre. Yo hojeaba la revista para ver, sobre todo, las fotografías que ella contenía. No entendía aquello de «SUMARIO» y se lo pregunté a mi padre. Me aclaró que era la relación de los nombres de personas que escribían en ese número de la revista. «¿Y tú escribes, papá?». «De vez en cuando», me contestó.

No sé por qué aquella publicación fue introduciéndose en mi alma como algo consustancial. El número dedicado a nuestra Semana Santa me fascinaba y suponía una inmensa alegría. La portada me mostraba una fotografía a color de alguna de nuestras hermosas imágenes, y en el interior bastantes fotos de ellas en blanco y negro con penitentes, tronos, bandas de tambores y trompetas y soldados romanos. Y siempre leía el Sumario para ver si mi padre había escrito algo, observando el nombre de JUAN PASQUAU que figuraba en todos los números.

En cierta ocasión iba por la calle con mis padres y se detuvieron a saludar a un matrimonio. Él era un hombre joven y campechano, y su esposa muy dulce y cariñosa. Cuando se despidieron escuché a este señor decir a mi padre: «¡Antonio, a ver si me mandas algo para la revista!». Picado por la curiosidad infantil pregunté a mi progenitor: «Papá, ¿quién es ese hombre?», respondiéndome: «Se llama Juan Pasquau Guerrero, un extraordinario escritor y el Director de VBEDA, la revista que recibimos en casa».

Era la primera vez que conocí, personalmente, al eximio genio de las letras ubetenses.  Contaría yo con unos nueve o diez años de edad.

A medida que pasaba el tiempo los números de la revista se iban incrementando, guardándose celosamente, una vez leída por mis padres, en aquel antiguo trinchero o aparador del comedor de casa.

Continuaba viendo al Sr. Director de VBEDA, bien en la calle, en el cine, en Misa o en casa de mis primos —impedidos— Castillo Aparicio.  Al llegar a la adolescencia me gustaba mucho cruzar con él algunas palabras, puesto que lo consideraba toda una Institución de nuestra ciudad, pues ya me había informado que una buena parte de la revista estaba escrita por él, bien con su nombre y primer apellido, solamente «Pasquau», «JP», «P» y varios seudónimos, destacando el de «Anselmo de Esponera», «A. de E.» y «Miguel H. Uribe».

Pero fue en el año de 1958 cuando el nombre de JUAN PASQUAU adquirió un brillo y un esplendor sin límites, al publicar su BIOGRAFÍA DE ÚBEDA, volumen de impresionante altura y belleza literaria con el que quiso obsequiar a todos sus conciudadanos. A los pocos días de ver la luz, fue un honor para nosotros el poder ver entrar en mi domicilio al prodigioso autor del libro, quien nos hizo una visita, plena de cariño, ternura y humanidad, para entregarnos su Biografía con una dedicatoria de las que dejan huella.

El tiempo, inexorable, fue desgajando las hojas del almanaque hasta que, con enorme tristeza, hube de abandonar la calle de mis entrañas para trasladarme a la de Juan Ruiz González (Cárcel), donde un 26 de septiembre de 1963 fallecía mi padre, a una edad temprana. Acababa, un servidor, de cumplir los veinte años y un halo de amargura embargaba mi espíritu. En la noche de su último adiós y en los portales de mi nuevo hogar obtuve el impagable consuelo que me proporcionaba aquel hombre amigo de mi familia por las dos ramas, hombre sencillo, correcto, educado, bueno, cultísimo e inteligentísimo, sublime y excelso escritor, amante de su Úbeda natal, de su historia, costumbres y tradiciones… JUAN PASQUAU. El hombre que, en la ya mencionada revista VBEDA, dedicara a mi ejemplar padre, una necrológica que nunca olvidaré.

Transcurridos algunos días —en plena Feria de San Miguel— volví a  abrirle la puerta a mi ya queridísimo DON JUAN PASQUAU GUERRERO, quien, conocedor de la precaria situación en que nos hallábamos, me vino a proponer que fuese su más directo colaborador en la Biblioteca Pública Municipal, pues ya era de todo punto imposible comenzar una carrera universitaria, como hubiese sido mi deseo. Con nuestro profundo agradecimiento y, concretamente, el 7 de octubre de 1963, pasé ya a estar junto al más emblemático Bibliotecario ubedí durante quince años, hasta el funesto día de su muerte, acaecida en Madrid el 10 de junio de 1978.

En la Biblioteca fue donde comencé a conocer a este gran hombre en toda su plenitud. Todas las tardes nos veíamos, trabajábamos juntos y conversábamos de todos los temas. Para mi se había convertido en mi segundo padre. Con él, aparte de ilustrarme, me reía muchísimo, ya que poseía un sentido del humor del que nadie pudiera imaginar. En aquella estancia era donde lo observaba leer la prensa y cualquier tipo de libro que caía en sus manos. Don Juan estaba en su elemento, como pez en el agua más diáfana.  Había noches que me solicitaba un folio y, después, un bolígrafo, y tras buscarse en todos los bolsillos de la chaqueta por fin aparecían sus gafas.  En unos instantes ya había escrito el folio, pidiéndome otro para pasarlo a máquina. Aquella «Remington», antigua y negra máquina de escribir.  Cuando llevaba un rato escribiendo se paraba, me miraba y soltando una carcajada me decía: «¡Mira, Antoñito, esto es un verdadero desastre! Hazme el favor de pasarlo tú que eres muy pulcro y meticuloso». Ya siempre que redactaba alguno de sus insuperables artículos me los entregaba con aquella letra tan especial que le caracterizaba, tachones incluidos. Así pues, yo era el primero en conocer aquella sustanciosa colaboración que, unos días más tarde, aparecería en algún diario provincial o nacional. En las noches lluviosas llegaba, procedente de la Escuela de Artes y Oficios, con el paraguas empapado y, casi siempre, se iba sin él.  Más de una vez hubimos de regresar, abrir la vetusta puerta en el Patio del Ayuntamiento y recogerlo. En otras ocasiones se marchaba un poco antes y caminaba abstraído y mojándose por el Real abajo, hasta que oía mi voz: «¡¡Don Juan, el paraguas!!». Su risa era verdaderamente contagiosa. Una noche también lo vi llorar y abrazarse a mi.  ¡Cómo no lo iba a considerar como a mi segundo padre!

De su continuo contacto y sabiduría llegué a aprender mucho más de lo que los libros de texto me enseñaron.

De los lotes de volúmenes que, periódicamente, se recibían del Centro Provincial Coordinador de Bibliotecas, Juan Pasquau gustaba de «echar un vistazo» a las últimas novedades. Cuando algún autor dejaba caer alguna barbaridad el gesto de nuestro ínclito Pasquau mostraba su ineluctable contrariedad.  Al día siguiente me entregaba su folio manuscrito rebatiendo al escritor de moda.

Recuerdo que una noche estuvo bastante tiempo leyendo al polímata Teilhard de Chardin. Cerró el libro y quedó ausente, por unos instantes, con cierto gesto de contrariedad. Me miró y exclamó: «¡Ay, Antoñito, esta noche me parece que voy a soñar con este jesuita francés!».

Juan Pasquau era un enamorado de nuestra Semana Santa, cofrade de Nuestro Padre Jesús Nazareno y portador del augusto Pendón de la Muy Antigua e Ilustre Cofradía morada.

Cuando se acercaban las cruciales fechas y, en lontananza, se escuchaban los isócronos ecos del tambor y el tremente lamento de trompeta, hablábamos mucho de la impar Semana de nuestra tierra. Decía que Úbeda es un pueblo de Tradición y que la Mayor Semana florecía de una manera espontánea y popular. Lo importante es que poquísimas ciudades existen en España más aptas e idóneas para las emociones de Semana Santa. Nada resulta tan natural en Úbeda como una procesión. La Tradición —decía— es como un viento supremo del pasado. Nuestras calles y piedras se hallan impregnadas de resonancias pretéritas. Me hablaba de la famosa frase con la que aquel hombre erudito —Melchor Fernández Almagro— calificó a nuestra ciudad: «Úbeda, ciudad de Semana Santa». La opinión de los ubetenses que están en el otro mundo es la que se nos muestra en la Tradición religiosa de la Semana Santa. El espíritu de nuestros antepasados es el que sopla en lo externo de nuestras procesiones. No pensemos que la Tradición ha muerto.  Habrá muerto, se habrá anulado en nosotros, pero la voluntad de quienes nos precedieron, «el sufragio universal de los muertos», ahí está, en clamorosa mayoría, echándonos en cara el pecado de nuestra frivolidad o de nuestra indiferencia. Indudablemente —decía Pasquau— nuestras procesiones de Jueves y Viernes Santo, aparte del valor que para todo ubetense entrañan, son dignas de presentarse, son de las más completas de España.  «Verás, Antonio, (alternaba Antoñito y Antonio) nuestra Semana Santa es sobria, adusta, callada, sin estridencias, de profundas raices castellanas. Algunos dicen que por qué se cantan tan pocas saetas.  Pero ¿cómo se van a cantar saetas, si las saetas son folklore y nuestra Semana Santa es Tradición?».

Un recuerdo imborrable para mi era aquél saludo silencioso que me ofrecía, con un movimiento de su faz tras el capuz, en la escalofriante mañana del Viernes Santo.

Desde hace ya varios años me vengo preguntando: ¿qué pensaría?,  ¿qué escribiría, ahora Juan Pasquau, de nuestra Gran Semana?

Y vuelvo, nuevamente, a la pulcra, cuidada, elegante y versátil revista VBEDA. Aquella que tuve en mis manos desde el año de 1950, cuando, quien suscribe, sólo contaba seis años de edad, hasta el de 1968, fecha que tuvo lugar su desaparición, coincidiendo con el cumplimiento de mis deberes militares para con la Patria.

Quisiera dejar constancia de los artículos que Juan Pasquau escribió en los números extraordinarios de Semana Santa en su amada revista VBEDA durante sus dieciocho años de existencia. Considero que, junto a su excepcional Biografía de Úbeda, fue donde el MAESTRO derrochó más esfuerzo literario.

Estos son los títulos, meses y años de su publicación: «Jesús», «La crucifixión» (marzo de 1950); «Cielo bajo», «La Pasión de Cristo y el realismo español», «Ayer», «El penitente» (marzo de 1951); «Semana Santa», «Publicaciones ubetenses de Semana Santa», «El hombre», «En el claustro de Santa María…» (marzo de 1952); «Esperanza y añoranza», «A Cristo Crucificado», «La razón de la congoja», «Procesión de La Expiración» (marzo de 1953); «Editorial», «En la noche», «Al habla con Palma Burgos», «Trillo, imaginero ubetense», «María Santísima de la Amargura» (marzo de 1954); «Editorial», «Por estos cerros…» (abril de 1954); «La “complicación” de Cristo», «Madrugada» (marzo de 1955); «Diario de la ciudad» (abril de 1955); «Debajo del trono» (marzo de 1956); «Post-Semana Santa» (abril de 1956); «Editorial», «La Semana Santa de Úbeda», «Jueves Santo», «Tranquilízate John» (marzo de 1957); «Vinieron muchos forasteros» (abril de 1957); «Semana Santa en Úbeda (Tres tiempos)» (enero-febrero de 1958); «En su cruz, izado» (enero-febrero de 1960); «Propósito», «Fragmento del Pregón de la Semana Santa» (marzo de 1961); «Semana Santa obliga», «Redención e Historia», «Úbeda, Ciudad de Semana Santa» (abril de 1962); «Editorial», «Un pueblo dedicado a su fe», «Llega la procesión…» (marzo de 1963); «Editorial: Ciudad de Semana Santa», «Historia de la Semana Santa de Úbeda» (marzo de 1964); «Editorial», «Avisos al visitante de Úbeda en Semana Santa», «Semana Santa en Úbeda», «Las cofradías ubetenses» (abril de 1965); «Editorial», «Avisos al visitante de Úbeda en Semana Santa», «Meditación “paso a paso” para el hombre de la calle» (abril de 1966); «Itinerario emocional», «Alma y estilo de la Semana Santa de Úbeda» (marzo de 1967).

Aparte de estos magistrales artículos, podemos leer los comentarios y reflexiones sobre fotografías de nuestras imágenes y dibujos de nuestros penitentes, así como la redacción de «cuentos» insuperables. Me resulta un tanto extraño que en el nº 101 —Marzo-Abril 1959— no se hable de Semana Santa. Sólo existe un comentario en la sección «Noticias» acerca del Pregón pronunciado por el ubetense P. Enrique Díaz Delgado, S.J.

Juan Pasquau comenzó a escribir a los dieciséis años en el periódico local Vida Nueva, escritos que fueron publicándose, pasados los años, en el Diario Jaén, Ideal de Granada, Blanco y Negro, Madrid y ABC, habiendo sido considerado, en este último, como uno de sus seis mejores escritores.  Escribió más de dos mil artículos y diversos libros. Muchos premios jalonaron su vida literaria pero su «necesidad» de escribir giraba, más bien, en torno al deseo de que sus reflexiones hallasen eco en sus lectores. Son escritos que no han perdido vigencia, que no van a perderla, porque representan ese esfuerzo eterno del hombre por buscar más allá de los acontecimientos. También cabe destacar sus ensayos y conferencias, su rica correspondencia y sus anotaciones personales. Sería prolijo relatar los premios conseguidos por este hombre singular y de profunda religiosidad, así como los muchos cargos desempeñados, aunque no quisiera silenciar el nombramiento de Hijo Predilecto de Úbeda y la imposición de la Medalla de la ciudad a título póstumo, por su amor a ella y la exaltación y difusión continuada que le dedicó en sus escritos, y la concesión de la Medalla de Alfonso X el Sabio por su destacada labor educadora.

Nuestro esclarecido Cronista Oficial, Archivero Municipal, Bibliotecario y Académico Correspondiente de la Real de Bellas Artes de San Fernando dentro de la extrema sencillez que le caracterizaba se solía marchar todos los veranos a La Coruña, capital de su querida esposa, Rosa Liaño Flores, mujer dulce y cariñosa que supo darle tres hijos varones para así perpetuarse el apellido PASQUAU. Durante sus estancias por aquellos pagos gallegos y de algún que otro Monasterio donde gustaba recluirse, recibía cartas y postales de diversa índole, dejándose entrever el sentir y la añoranza por la ciudad que lo vio nacer. De entre dichas misivas, que conservo como el legado más preciado de aquel hombre inolvidable e irrepetible, se halla una espléndida epístola que me envió, plena de amor y de ternura, desde la Clínica Puerta de Hierro de Madrid, unos días antes de morir.

El próximo diez de junio se cumplirá el treinta y cinco aniversario de su partida a la mansión eterna.

Le recuerdo, mi queridísimo Don Juan, la noche de su velación en la cripta del Palacio de las Cadenas, amortajado con aquella túnica morada que, año tras año, sabía vestirla y dignificarla en la Cofradía más señera de sus tantas veces glosada Semana Santa.

Siempre le llevaré, mientras el Altísimo me continúe proporcionando vida, en los pliegues más profundos de mi agradecido corazón».

(REVISTA JESÚS núm. 57, Año 2013)

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