CON LA CRUZ A CUESTAS, DE AYER A HOY (Reflexiones sobre la fe cristiana en la vida y obra de Juan Pasquau)

Adela Tarifa ahonda aún más en la figura de D. Juan Pasquau Guerrero.

”La presencia del Crucifijo en las escuelas no ofende a ningún
sentimiento, ni aun al de los racionalistas y ateos; quitarlo, ofende
al sentimiento popular, hasta el de los que carecen 
de creencias confesionales…”

MIGUEL DE UNAMUNO 

 

“…. No hay reforma posible para el cristiano,

si no es, precisamente, la de ser más cristiano.”

Nos situamos de espaldas a dios y luego nos quejamos de que no lo vemos.

¿Cómo vamos a verlo?. El no gira alrededor nuestro.

No es nuestro satélite. Si queremos ver en la noche al sol

 hay que mirar hacia donde sale y, luego, aguardar su levante.

 La fe es exactamente eso. Es una postura.

Un colocarse para cuando amanezca.”

JUAN PASQUAU GUERRERO

 

«Un domingo de 1918, el 21 de abril, festividad de San Anselmo, nació en Úbeda un niño al que bautizaron  con los nombres de Juan Anselmo José. Su padre, Juan Antonio Pasquau, y su madre, Dolores Guerrero, eran cristianos y enseñaron a sus hijos, María, Genara, Cristóbal y Juanito, el pequeño de la casa, que la fe en el Crucificado daría sentido a sus vidas.

Pasado los años el pequeño Juanito sorprendió a la familia por su pronta madurez intelectual, su afición a la lectura y escritura, y  la fidelidad inquebrantable a la doctrina en la que fue bautizado en la parroquia de San Nicolás. Esta fe cristiana, que le acompañaría hasta la tumba, fue alimentada con mimo por él mismo desde que tuvo uso de razón, como lo más esencial de su vida.  Por eso nunca ocultó su cristianismo y escribió infinidad de artículos para dar testimonio de ello, incluso cuando los avatares políticos no eran favorables a este pensamiento. Pero a él eso no le importaba pues pensaba que los vaivenes de la política son una cosa y los valores humanos, los que proclama el cristianismo, que no contradice la defensa de los derechos naturales del hombre, son universales y eternos.

El tiempo pasó, como pasa para todos, y Juanito Pasquau creció, como crecen todos los niños; pero seguían pensando, leyendo y escribiendo, para sí mismo al principio, mucho más de lo que era habitual en otros niños. Disfrutaba jugando, naturalmente, pero entre sus juegos favoritos estaba el de organizar  procesiones, imitando a las que veía desfilar por las calles de su ciudad. La Cruz del Nazareno era algo que formaba parte de su vida, de sus sueños y hasta de sus juegos infantiles. Por entonces, pese a estos signos de sensibilidad e inteligencia tan precoces, pocos de sus familiares o amigos imaginaron que Juanito Pasquau acabaría siendo una de las figuras más destacadas de la intelectualidad de su época, y  que su testimonio de vida, reflejado  en la  ingente obra que dejó escrita, gran parte de ella inédita, calaría  hondo en muchas gentes. Pocos sospecharían entonces que, pasado casi un siglo de su nacimiento, su recuerdo, materializado especialmente en lugares públicos de Úbeda, perduraría de ayer a hoy. Y acaso nadie sospechó que los escritos de Pasquau tendían para un lector del siglo XXI la misma vigencia que  cuando fueron redactados. Pero todo eso ha sucedido.

Pocos ubetenses dudan hoy que Don Juan  Pasquau Guerrero fue uno de los mejores escritores que he tenido su ciudad. Eso parece indiscutible. Sin embargo, hasta hace poco tiempo la mayoría de sus paisanos identificaban la obra literaria de Pasquau de modo primordial con su conocida obra  Biografía de Úbeda, sin duda un buen libro, que merecería nueva reedición, pero que a mi juicio no es lo mejor de Pasquau, literariamente hablando, porque este ubetense  (ya  universal, pues su biografía figura hasta en el Diccionario Biográfico Español, ingente obra  en fase de publicación por la Real Academia de la Historia), alcanzó el cenit como escritor, en mi humilde opinión, en los más de dos mil artículos que publicó  durante toda su vida adulta en la prensa, provincial y nacional. Creo que es en esta fecunda actividad literaria donde el lector de hoy descubrirá  el alma del auténtico ser humano que vivían en el cuerpo de aquella  figura algo desgarbada, poco cuidadosa con estar a la moda en el atuendo, que tantas veces vieron pasear  sus padre o abuelos por los campos, calles y plazas de la ciudad, con su peculiar postura de meditador impenitente, observador agudo, que nada tiene que ver con su fama de despistado, recogidas las manos en la espada, y con cara presta a la sonrisa cada ves que se cruzaba con un paisano. Esta imagen de hombre sabio y bueno ha permanecido intacta  en la memoria colectiva de Úbeda, pasados tantos años desde que murió Pasquau, en mayo de 1978, Y eso  ha sucedido porque  Juan Pasquau, además de escribir como los ángeles, supo ganarse en vida el afecto, la admiración y el  respeto  de todos los que le conocieron a trataron alguna vez, incluso los que nunca leyeron sus escritos. Una circunstancia nada frecuente y que nos congratula con lo mejor que existe en la condición humana. Pues los hombres no siempre somos lobos para los hombres, como afirmaba Hobbes, y sabemos distinguir el buen trigo de la mala avena.  Nuestro Juan Pasquau, perteneció a una clase especial de hombres a los que nadie puede odiar ni temer, y eso  conviene recordarlo,  porque no es tan frecuente como parece encontrar  en la vida seres humanos que destacan  tanto por su por su bondad natural,  su sencillez, su inteligencia, su capacidad de escuchar y comprender, su incapacidad para hacer el mal, y, especialmente, su coherencia vital en todos los ámbitos, ajustándose así a la educación cristiana que recibió de sus padres, los principales educadores posibles, pues educar bien es un arte difícil y que requiere mucho amor y paciencia, pues no significa adoctrinar. Sobre este tema escribió Pasquau párrafos como éste: ”No estamos bien educados si no nos hemos encontrado a nosotros mismos —el yo único que cada uno es— y si no nos hemos encontrado a nosotros mismos es porque nos condujeron nuestros educadores con demasiada prisa, con escasa paciencia, con nulo talento”.

Sin duda Juan Pasquau hubiera sido un ser humano íntegro y bueno en cualquier ambiente, en cualquier época, en cualquier lugar de la tierra en  que hubiera nacido. Seguramente habría sido en cualquier circunstancia un gran escritor, aunque nunca le hubieran bautizado como cristiano. Pero también pienso, después de leer gran parte de la obra que dejó publicada y de adentrarme en los entresijos de su vida, que no fue fácil por cierto, que independientemente de sus cualidades naturales, que a Juan le hizo crecer interiormente como ser humano su vivencia del cristianismo, que él entendía como  un aprendizaje permanente. Sólo ello explica qua abrazara su propia Cruz cuando le tocó hacerlo del modo en que lo hizo, y que defendiera  valientemente los valores del cristianismo, que aprendió dentro de la familia, incluso cuando no estaban de moda. Por eso estoy segura de que hoy su voz y su pluma no permanecerían en silencio si asistiera a la polémica suscitada con el tema de la retirada de los Crucifijos en las escuelas públicas, esos lugares que él tanto amó y respetó. Hubiera sido sin duda la suya una voz  clara y valiente, y también respetuosa, pues él lo fue siempre, y habría dado una vez más testimonio de vida, rechazando las actitudes nihilistas que tanto le molesta detectar en la sociedad;  porque Juan pensaba  que cada ser humano es único e irrepetible, que debe pensar por sí mismo y que se esta  obligado a tomar partido cuando algo esencial contradice los valores en los que se creen, aunque ello no sea políticamente correcto o no esté de moda. Por ello, como homenaje a su coherencia vital, y su amor a la Cofradía de Jesús Nazareno, que tanto representó en su vida, he querido escribir estas cuartillas para destacar su figura y admirar su valentía ante la defensa de la Cruz, porque estoy convencida de que si estuviera entre nosotros y pudiera colaborar en esta revista, daría su opinión sobre las noticias que nos ofrece la prensa en relación a la retirada de cruces cristianas en las escuelas. Sabría decirlo mejor que yo, por supuesto, porque era un mago de la pluma y un auténtico cristiano. Pero lo diría en todo caso.

Cuando empecé a escribir esta colaboración que me solicitaban para la revista de Jesús, intentaba simplemente más rendir un pequeño tributo de admiración hacia Pasquau, que fue hermano mayor de la cofradía y descansa en el cementerio de San Ginés amortajado con el hábito de la hermandad,  destacando de un modo particular alguna de la frases que escribió dejando testimonio de su fe cristiana, simbolizada desde los orígenes del cristianismo en la Cruz que llevó el Nazareno hasta el Gólgota. Pero mientras lo hacía encontré en todos los medios de comunicación, desde Internet a la prensa, otra noticia que aviva el ya largo tema  de la retirada de cualquier Cruz cristiana de los espacios públicos. Leo en uno de ellos, con fecha 27 de enero, este titular “El instituto de Zújar se queda sin Cruz”, explicando la noticia que la profesora de religión, Susana Fernández de Córdoba, se vio obligada a retirar un crucifijo y una imagen de la virgen (un icono oriental que le había regalado sus compañeros del centro), que estaban ubicados en la clase que usa habitualmente para impartir la docencia de su materia. Al hilo de la noticia se aportaban otros ejemplos similares referidos a la retirada de la Cruz, caso de lo sucedido en mayo de 2006 en un colegio público  de primaria de Jaén, el “San Juan de la Cruz”, ante la denuncia que había puesto un padre. Eso me ha llevado a finalizar este artículo plateando algunas cuestiones a la opinión pública, especialmente a los que se llaman cristianos, a modo de reflexión íntima, como hice hace pocos meses en otro foro, presentando  una ponencia sobre este tema en un simposium internacional celebrado en el Escorial en la que abordaba  de manera casi monográfica el tema de la polémica creada en torno al a famosa sentencia de Estrasburgo, y establecía un paralelismo entra la política religiosa aplicada en España durante la Segunda Republica y el estado actual de la cuestión[1].

Para redactar el trabajo antes citado, aparte de la habitual documentación en archivos y bibliotecas, durante bastante tiempo recopile noticias aparecidas en la prensa alusiva al tema, y realicé una encuesta dirigida a  jóvenes y adultos de Úbeda para que opinaran  libremente sobre esta cuestión y sobre otras, referidas, por ejemplo, a lo que opinan sobre  la política aplicada ante la presencia de símbolos religiosos en espacios públicos en un estado “aconfesional”. El balance de lo que pude analizar me produjo cierto desconcierto: ante todo predomina la actitud nihilista que tantas veces denunció por escrito Pasquau: a muchos de los encuestados les da igual que se quieten o que se queden los Crucifijos a la vista. Luego destacaba otro hecho curioso. Por ejemplo, eran bastantes los que estaban a favor de la retirada de Crucificados, curiosamente los mismos que se mostraban partidarios de que desfilen Nazarenos  por nuestras calles y plazas durante los días de Semana Santa y que estarían en total desacuerdo si el poder público dictara normar para impedir estos actos públicos, porque esos desfiles, según sus opiniones, no son  demasiado religiosos, sino una “tradición”, o una “fiesta”.  Y los que así opinan, los que se inhiben o aplauden que se retire una Cruz colgada en una pared de un edificio público, porque puede resultar molesta  alguien, son  partidarios en su mayoría de permitir signos externos propios de otras religiones en espacios oficiales y públicos, caso del velo islámico femenino, alegando que ello es un signo de “tolerancia”.

Nada más saludable para una democracia que  defender la libertad de expresión, salvo que atente contra derechos fundamentales. Precisamente  esta libertad nos permite hacer buenas radiografías sociales como ésta, cosa que no sucede bajo las dictaduras. Y en este sano ejercicio de libertad ejerzo la mía para poner el cuestión el mal uso que se hace hoy del concepto “tolerancia”, que no significa tolerarlo todo, y  advertir del peligro que supone la falta de coherencia y el nihilismo, compartiendo  la opinión que tenía Juan Pasquau. Por otro lado creo que hay cierto grado de incultura histórica cuando se retiran símbolos cristianos, porque si nos dedicamos a fondo a ello habría que cambiar el nombre de infinidad de lugares, clausurar la mayoría de días festivos, cerrar casi todos los museos, o reescribir el pasado, inventándolo. Nos guste o no, el cristianismo está en la base de la cultura de occidente, y no se puede dar clase de lengua, historia, literatura o arte, por ejemplo, borrando su rastro. Tampoco me parece acertado medir con una vara flexible de  “tolerancia” a unas religiones, y aplicar otra  rígida para la cristiana, política que en algo recuerda a lo de dar privilegios a lenguas de algunas comunidades alegando que por ser minoritarias deben protegerse más que el castellano.

Otro detalle que me preocupa en el pensamiento colectivo actual la docilidad que han mostrado los cristianos para dejar que estas cosas sucedan sin plantar cara, aunque sea para que se la partan, pues como cristianos saben que la violencia no es el método a seguir, pero siempre cabe el recurso de poner la otra mejilla, o de ir cargando con la Cruz por ser valientes, como hizo Jesús en el Calvario. Creo que muchos cristianos de hoy adoptan la actitud de cordero, dispuesto mansamente al sacrificio, creyendo que con ello dan testimonio de su fe,  pero, que yo recuerde, Jesús nunca actuó en como un manso cordero, ni me lo imagino aceptando actuaciones contrarias a lo que predicaba  para salvarse de la Cruz, o alegando que lo hacía en aras a la “virtud de la tolerancia”, que a mi me parece en este caso más sinónimo de comodidad, o de miedo al poder, que de otra cosa. Incluso los profesores de religión y sus obispos aceptan si apenas rechistar que les quiten al Crucificado del aula en que dan sus clases, para ser tolerantes. Y a sí les va. Por ello les recomendaría a todos que, además del Evangelio, lleven a sus clases alguna lectura de Juan Pasquau para que los jóvenes a los que enseñan la doctrina cristiana vean en qué consiste ejercer de tal. Seguramente muchos de estos alumnos llegarían a la conclusión de que tampoco sus profesores de religión están a la altura de las circunstancias, porque son jóvenes, pero no tontos. Es más, si en ejercicio de esa defensa de la Cruz toca enfrentarse con acciones más drásticas del estado, como la de eliminar las clases de religión de las escuelas públicas, cosa que se prefiere  evitar para no azuzar la polémica, que cada palo aguante su vela. En todo caso ir como mansos corderos al sacrificio conducirá más pronto que tarde a lo mismo, pero con la diferencia de que se habrá producido una especie de muerte por agotamiento, por falta de energías, de valentía y de coherencia. Y es que en estas cuestiones fundamentales de conciencia no caben medias tintas: se es o no cristiano, con todas sus consecuencias, y no cabe serlo a medias, como no cabe estar medio embarazada: se está o no se esta, y punto.

Creo que estas actitudes nihilista actuales no afectan sólo al tema religioso sino que  enmarcan perfectamente en la actual escala de valores que tiene gran parte de la sociedad española, en apariencia contestataria y progresista, pero en realidad timorata, dócil y yo diría que hasta “borreguil” en ciertas actitudes;  hoy, por ejemplo, es más fácil que ser produzca una protesta pública por una huelga que paraliza los viajes de fin de semana, o por la  eliminación de unos días festivos locales, que ante el hecho grave de que desde el estado se recorten libertades públicas y se meta hasta en los resquicios de la vida privada, con el pretexto, por ejemplo, de cuidar de nuestra salud, caso del antitabaquismo radical, que recuerda en parte a la famosa ley seca americana (que conste que no fumo, y que me molesta el humo muchísimo.. pero valoro más la defensa de derechos individuales que las molestias privadas que ello me causa). Hay, creo, un exceso de celo para “educarnos” cívicamente, según  marcan determinados parámetros imperantes. ¿Y por qué la sociedad no reacciona y parece narcotizada? ¿Es responsable la familia o la escuela de esta escalada de docilidad y nihilismo que nos invade? ¿Realmente se sabe qué es educar y a quien corresponde inculcar en los niños y jóvenes determinados valores éticos universales? En algo nos estamos equivocando, desde luego. Y cuidados con estas señales de aviso  pues la historia ha demostrado que con la excusa de “educar”, se ha manipulado millones de mentes para conducir a países enteros a modelos dictatoriales, de izquierdas o de derechas, que en el fondo son la misma cosa, pues poco va del estalinismo al fascismo. Todos ellos tienden a aplicar la doctrina de Maquiavelo, que el fin justifica los medios y  afirman que el bien común esta por encima del individual… y al final los individuos se quedan en nada, invisibles, narcotizados y aborregados, ciegos seguidores de lo que  la moda impone. De tal forma que se gira según las circunstancias, teoría que Mussolini tenía clara: no había  un catecismo fascista, pues “el fascismo es la acción”. Todo esto conduce a privar de referentes claros a los individuos, convertidos en marionetas manipulable y así el tiempo vital que pude recorrer un ser humano a lo largo de su vida, para ser políticamente correcto, se convierte en una pasarela de moda en la que hay que  cambiar mil veces de chaqueta, según imponga la ideología de cada gobierno de turno. El problema real llega cuando sucede sin que seamos conscientes de ello, porque ya hemos bebido el narcótico que nos ofrecieron en copa de oro. Entonces ya no hay esperanza.

Yo admiro a Juan Pasquau  porque nunca bajó la guardia en cuestiones de principios: quien quiera comprobarlo que  conozca su vida se acerque a su obra. Y en lo referente a su fe cristiana,  que para él era lo fundamental, aplicó para sí mismo lo que siempre defendía, de palabra y por escrito. Su primer escrito público, que no he podido localizar, publicado durante la  II República, tiempo poco propicio para exteriorizar las profesiones de fe, creo que se titulaba “¿Qué debemos hacer los cristianos?”. Era un adolescente y ya remaba contracorriente. El 11 de abril de 1936, en el periódico La Provincia, se publicó otro suyo titulado “Tengo sed”, que empezaba así: “Cristo pedirá a todos los pueblos lágrimas de expiación, y el mundo le responderá con guerras y con sangre”. Tenía 18 años y gobernaba en España el Frente Popular.

La vida de Pasquau fue corta y padeció una cruel enfermedad en sus últimos años, hasta el punto que, vestido de nazareno en la última procesión de la cofradía a la que asistió, tuvo que abandonar el desfile anticipadamente porque sus fuerzas no le respondían. Desde su casa, con mucha pena, escuchaba en la distancia las marchas dedicadas a recordar la pasión y muerte de Cristo. Poco antes de morir, en mayo de 1978, cuando ya no podía ni escribir, dictó a su hijo Miguel su último artículo para la prensa provincial: se tituló “Todavía Corpus”.  Era una lección de historia y de fe. Cuando lo publicó el diario Ideal, Juan ya había muerto, pero lo hizo con dignidad y coherencia, como un buen cristiano. Por entonces al fin España comenzaba disfrutar de las libertades democráticas y el pueblo hablaba en las urnas. Era entonces un pueblo valiente y libre, que supo hacer una transición en paz. De ellos descendemos todos. Queda pues esperanza».

Revista JESÚS, Núm. 55, año 2011

[1] ADELA TARIFA FERNÁNDEZ, Simposium en el Escorial, septiembre 2010, actas: Los crucificados: religiosidad, cofradías y arte. Dirección de Javier Campos. Ponencia publicada: “Había un crucifijo en esta escuela”..Símbolos religiosos, política y opinión en la España contemporánea”, San Lorenzo del Escorial, 2010, ISBN 978-84-89788-84-8., depósito legal M-34432-2010, PÁGS 135-153

 

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